¿Sabes qué es una perla?

“Cuando estuviste casada con el mejor escritor del mundo no te interesa meterte con un escritor menor”

Nora Barnacle, viuda, a Émile Zola

 

Toda novela es un acto de amor, tanto como lo es criar un hijo. Sería trillado, y bastante vacío, decir que el Ulises de James Joyce (que hoy, 16 de junio, celebramos) es una novela de amor.

Durante muchos años me ha fascinado el amor como tema porque está en todos lados y sin embargo no nos harta. ¿Qué es, exactamente? ¿Qué tiene para ser tan universal?

El Ulises es y no es una novela de amor. No se trata, como tal, de una historia donde los protagonistas se enamoran. Pero es la gran exploración del amor cotidiano entre todos los personajes y las aristas que los unen, de todas las formas posibles, a los demás. Está el amor a los padres, a los hijos; la amistad.

Algunos dicen que la novela de Joyce no tiene trama. No lo sé. Podría argumentar tanto a favor como en contra. Lo cierto es que, por más desarticulada que sea, el Ulises tiene una fuerza que hace seguir adelante con la lectura: una intriga.

La novela empieza con tres horas en la vida de Stephen Dedalus, y luego vuelve a empezar con la mañana de Leopold Bloom, quien lo primero que hace es llevarle el desayuno a su esposa. El contraste es terrible: vemos a un esposo devoto y a su mujer desinteresada, desdeñosa. Y para mí, el motor de la novela es descubrir cómo, y por qué, se pudrió esa pareja (cosa que se esclarece al final, en el famoso monólogo al que he aludido ya pero sigo sin traducir).

Ulises es una obra de amor. De amor en la trama, y creada por el amor de Joyce a la lengua, la tradición, el arte. ¿Pero no son todas las novelas así? (O por lo menos las buenas novelas.) Ulises también es famosamente una novela del amor de James Joyce a su compañera, Nora Barnacle.

Es famoso que Joyce fijó la fecha del día en el que transcurre la novela (ahora llamado Bloomsday) el 16 de junio de 1904 porque fue la primera vez que salió con Nora. Se iban a ver el 14 de junio, pero ella lo dejó plantado (probablemente porque no consiguió permiso para salir del trabajo y al no tener la dirección de Joyce no le pudo avisar). Se volvieron a citar y se vieron dos días después, el jueves 16.

No se casaron hasta 1931, pero unos meses después huyeron de Irlanda. Compartieron dos hijos y muchas penurias, pero lograron sobrevivir juntos hasta que Jim (como ella lo llamaba) falleció en 1941.

 

La correspondencia de la pareja Joyce es famosa, igual que la novela, por sucia. Joyce tenía una imaginación –y una pluma– sumamente explícita, y escribió varias cartas detalladamente pervertidas a su mujer, quien al parecer las disfrutaba y respondía. Pero no es esto lo que me interesa.

En 1909 Joyce volvió por única vez a Irlanda para firmar la publicación de Dublineses. Al regresar, un par de “amigos” suyos, para lastimarlo, lo quisieron convencer de que mientras él cortejaba a Nora ella salía también con otros hombres. El locutor Frank Delaney dice, con razón, que la prueba del profundo amor que Joyce le tenía a Nora fue que sus enemigos quisieron atacar su relación para lastimarlo.

Vemos, en las cartas del 19 y 20 de agosto, la profunda angustia en la que Joyce estaba sumergido. Sin embargo, su amigo Byrne lo convenció de que todo era una mentira. ¿Dónde ocurrió esta conversación? En la calle Eccles, número 7, que es la casa que Joyce habría de inmortalizar como el domicilio de Leopold y Marion Bloom.

Pongo aquí dos cartas: una nota del 15 de junio de 1904, la primera que James A Joyce le mandó a Nora Barnacle, y la obra de amor indescriptible que es la carta de alivio y súplica que un Jim mandó el 21 de agosto de 1909 a su querida Nora Barnacle Joyce.