¿Cómo se escribe la tristeza?

mi traducción está aquí

La primera vez que leí a Joyce estaba en Irlanda, y por hacerme la intelectual —tendría yo unos 19 años— fui al museo de escritores y luego al centro James Joyce. Ahí había una mesa, sobre la mesa libros, y entre los libros Dublineses, el primer libro publicado de Joyce. Escogí el cuento más corto —“Evelyn”— para leer. No me gustó. 
Unos años después, ya en la carrera, un maestro nos dijo “Cuando uno se acerca a Joyce espera fuegos artificiales, luego lee Dublineses y se desilusiona”. Y eso es exactamente lo que me pasó. Dublineses es una obra maestra, un libro maravilloso de cuentos. Pero no es el Joyce magnífico que nos han prometido. 
Por fin leí esos fuegos artificiales cuando llegué al Ulises. Honestamente no sé qué esperaba, pero la novela me deslumbró. Confieso que no entendí ni la mitad, pero leí cada palabra, y me enamoré por completo. 
Un ex-novio —escritor, claro—una vez me dijo “Nadie tiene que leer nada”. Y sí, nadie puede exigirle a otro que conozca cierta bibliografía. Excepto Joyce. TS Eliot dijo sobre la novela: “it is a book to which we are all indebted, and from which none of us can escape” [Es un libro al que todos le debemos algo, y del cuál nadie puede escapar]. 
Todos sabemos el amor boomlatinoamericano que se le guarda a Faulkner. Habiéndolo leído, aunque confieso que sin el cuidado que amerita, he de confesar que no sé qué le ven. Por otro lado, me desquicia lo mucho que ignoran a Joyce. Una vez alguien me dijo “El Ulises es sólo fluir de la consciencia, y eso casi no se usa en literatura”. Eso, queridos lectores, es tan ciego como la compañera que una vez declaró que “Marx sólo sirve para cuentos que transcurren en una fábrica”.
No me voy a dedicar a convertir a los que reniegan de nuestro señor James. Lo cierto es que el innegable Faulkner leyó y entendió a Joyce. Lo cierto es que, como dice Eliot, no se lo puede eludir (la modalidad ineluctable de lo visible, diría Stephen Dedalus). 
Ese aparte es un invento Joyceano que ha permeado en todo lo que escribimos y lo que leemos. También es un invento de Joyce, además de las técnicas narrativas, el dibujo desdibujado de un personaje, y entregarse a la cotidianeidad en el arte. Joyce es contemporáneo ideológico de Duchamp. 
Quizá nadie tiene la obligación de leer a Joyce, pero no me puedo imaginar un escritor —uno de verdad— que no quiera hacerlo, que no quiera empaparse de ese laberinto de fuegos artificiales lingüísticos (y a veces diegéticos).
Y sí, el  Ulises casi no tiene trama. Y sí, hay monólogos interiores. Y sí, también hay sexo y obscenidades y blasfemias. Pero la magia es que no es sólo eso. Es una novela impresionante que, en medio de todos los trucos de magia, toca todos los aspectos de la experiencia humana. 
¿Por qué existe el ballet? Hay una belleza inexplicable en cada movimiento, en los límites a los que llevan al cuerpo humano. Y por eso nos gusta verlo, aunque no seamos bailarines. Pero sobre todo no me imagino a algún bailarín diciendo “No quiero ver bailar a Nureyev”. Saltarse el Ulises, por más complejo que sea, es patearse en contra como lector. Y como escritor es conformarse con recibir, no la obra más influyente del siglo pasado, sino sus sombras y sus retazos digeridos por alguien más. Porque Joyce está en todo, queramos o no.

Y sobre la modalidad ineluctable del Ulises, pensemos en la tristeza. ¿Cómo se describe a un personaje triste? Sin que sea obvio o trillado. Sin que sea moralino. Que sea tan cotidiano que nos cale el alma. Aquí el señor Bloom, en su día, hace 112 años, en un monólogo interior, yendo a un entierro. 
Porque el Ulises sí tiene movimiento, y sobre todo sí tiene una intriga. ¿Por qué, si Bloom adora a su esposa Molly, el matrimonio va tan mal? ¿Cómo llegaron a ese punto, qué puede haberlos alienado? Aquí dos fantasmas, dos Rodolfos. El padre de Bloom que se suicidó, y el hijo que murió a la semana de nacido. Y la tristeza que uno carga cada día, las tragedias cotidianas que todos llevamos dentro.