El Nobel de Literatura: hagan sus apuestas

¿Para qué dan premios? Más allá del reconocimiento y el dinero, los premios literarios juegan un papel importantísimo en la operación de consagración: los premios determinan qué es literatura. Pero si somos sinceros, nos deberían importar muy poco: un Récord Guinness, por ejemplo, es más imparcial. Los premios literarios los da un comité de personas falibles, con algún motivo ulterior. No significan nada, excepto que a un grupo de gente le gustó una obra en un momento particular, o que le pareció importante llamar la atención sobre estos textos. Y el Nobel: premio de premios, el más fallido de todos.

Los que dan el Nobel, sin duda, creen que están votando algo así como el nuevo Papa, representante de Dios en la tierra. Creen que lo que deciden está dictado por algún ser superior, que tendrá una trascendencia eterna, que están ungiendo y canonizando y declarando, no quién vive o muere, cual emperador romano, sino quién hace la apoteosis y se vuelve divino, como si sus opiniones fueran más sagradas que el del resto de los mortales. Pero igual que los responsables del humo blanco, ellos no hacen más que seguir sus corazoncitos, tan mezquinos y tendenciosos y miserables como el de todos nosotros. Sólo hay que pensar en las medallas que no han dado: a Joyce, a Tolstoi, a Borges, a Cortázar, a Proust, a Woolf, a Achebe. Y mientras tanto, a quién sí se lo han dado: por ejemplo, hay más premiados en Suecia que en toda Asia, y estoy segura que en cien años más nadie va a leer a la mayoría de esos suecos.

El Nobel, creo yo, sólo sirve para una cosa: cuando visibiliza a los escritores marginados. ¿Quién hubiera leído a ese don nadie turco que resultó ser un genio si no le hubieran dado el Nobel en el 2006? Y como Pamuk hay tantos, sobre todo en las orillas del mundo (entre ellos todos nuestros galardonados latinoamericanos) que sin el Nobel se hubieran marchitado en la sombra del olvido. ¿Por qué hemos determinado que el Nobel es un non plus ultra cuando lo sabemos tan fallido?

Llevo más de diez años haciendo hojas de cálculo con premios Nobel. Aquí hay que recordar a Harold Bloom y aledaños que dicen que la calidad, como la grasa cuando hacen crema, termina por subir por cuenta propia. Pues no: recordemos que hay política en todo: otras fuerzas más allá del talento destilado y puro, que dictan a quiénes leemos: la idea de que hay lenguas “más literarias” que otras, o experiencias “más universales” (recuerdo a un escritor que contaba que según la editorial sus cuentos de treintones británicos con nostalgia y crisis de sentirse viejos “no eran universales” porque sus personajes tenían nombres hinduistas). ¿Por qué cuando las mujeres escribimos de temas femeninos nos tachan de ser poco universales pero creemos que las experiencias masculinas nos representan a todos? No es casualidad que la mayoría de los premios Nobel toquen en Francia, que ha sido la capital de la cultura occidental (y el centro cultural de Europa) desde hace doscientos años. No es casualidad que de 116 premios sólo 15 hayan ido a mujeres. Tampoco es casualidad que de los seis premios que se han dado a africanos sólo uno sea negro, el nigeriano Wole Soyinka (al que una vez seguí, atajé, le pedí un autógrafo en un papel de reuso para no dejar, y le pregunté por mi adorado Derek Walcott). En África, además de Soyinka, sólo tenemos al cafecillo Naguib Mahfouz: los demás son blancos productos del colonialismo Camus (que además lo aceptó como francés y no como argelino), Lessing, Gordimer, y Coetzee.

Todos sabemos que los Nobel “tocan”: se van rotando, periódicamente, a razón más o menos de un fuereño por cada dos europeos, ora latinoamericano, ora asiático, ora africano. ¿Eso realmente habla de mérito?

Los que dan el Nobel, además, creen que su premio tiene alguna injerencia en la política. Por eso no hay que preguntarse “¿a quién le toca?” sino “¿y ahora cómo pretenden salvar al mundo?”. Pienso en Kazuo Ishiguro, novelista nipobritánico al que le dieron el Nobel a pocas semanas de que se votara el Brexit, seguro convencidos que con ello mostrarían la importancia de las aportaciones que la diversidad cultural le da a Inglaterra.  En el 2016, a tres semanas de las elecciones en Estados Unidos le dieron el premio a un gringo de izquierda: a Bob Dylan, que ni le interesaba ni le significaba nada ni le servía. Los bloomers que van por ahí creyendo que “sería muy injusto dárselo a alguien nada más por ser negro” se olvidan que la gente con algo de discriminación en contra que ha logrado llegar alto le ha costado el doble o el triple que a los hombres blancos, y que hay muchísimas personas —negras, o de pueblos originarios, o del sureste asiático, o perdidas en el corazón del Cáucaso— que tienen muchísimo talento y que sin embargo caerán ene el olvido por las operaciones que nos hacen leer, una y otra vez, a otro autor blanco gringo o francés.

Entonces, en este mundo que no es justo, creo que la obligación de estos premios es visibilizar a los que lo necesitan. Por desgracia, la Academia Sueca todavía no me llama para pedir mi opinión.

 

 

Apostemos

 

Buscando “Nobel de literatura 2020” me salieron casas de apuestas, listando 27 autores. La lista es más que mala: ponen, por ejemplo, a Stephen King o a un presentador de televisión británico que acaba de sacar una novela policiaca. También habían puesto a Amos Oz, que murió en el 2018: es decir, los que hacen esa lista no saben nada. Pero, por desgracia, no tengo mejor lista de candidatos que ésa.

En primer lugar, hay que recordar que los europeos le tienen asquito a los gringos. Ven sus películas, se ponen sus jeans, comen en sus macdónalds, pero siguen pensando que son culturalmente inferiores. De hecho, un presidente de la Academia Sueca declaró hace poco que “Europa es el centro del mundo literario” y “Estados Unidos es demasiado insular, está demasiado aislado”. Fuera del eurocentrismo (producto del colonialismo, no se hagan), estoy de acuerdo que los gringos hace mucho que no escriben más que para mirarse el ombligo. Además, se lo acaban de dar a Bob Dylan, y no creo que vuelva a tocar tan pronto por esas tierras.

También hay que recordar que éste es un premio “de alto nivel cultural”, así que no se lo darían a un best-seller: dos razones en contra de Stephen King, por ejemplo. Descartemos también a Murakami, que seguro consideran muy agringado porque vivió en Estados Unidos, demasiado bien vendido, y demasiado pop.

Pero no hay que descartar que es año de elecciones gringas y que queremos sacar a Trump. Creo, firmemente, que este año van a dar otro de sus Nóbeles simbólicos. Pienso en el amor de mis amores (y persona que una vez me contestó en Twitter): Margaret Atwood. La canadiense tiene microficciones espectaculares y poemas hermosísimos (aquí mis traducciones de algunos favoritos), pero se ha vuelto más reconocida por la versión televisiva de su novela distópico-especulativa The Handmaid’s Tale, que hasta se ha vuelvo símbolo de protesta. Lo único que Atwood tiene en contra es que se lo acaban de dar a otra mujer canadiense (Alice Munro en el 2013).

Creo que como gesto anti-Trump y pro-Black Lives Matter le van a dar el Nobel a un escritor negro (de los 116 premiados, sólo hay tres: Wole Soyinka, Derek Walcott, y Toni Morrison). Si alguien de verdad se lo merece es el keniano Ngugi wa Thiong’o, escritor que ha hecho su carrera denunciando el colonialismo y luchando por su derecho a escribir en su lengua madre, el kikuyo (su ensayo Decolonising the Mind es una de las cosas más ciertas y más duras que he leído).

La página de apuestas también menciona a Scolastique Mukasonga, novelista de Ruanda, Linton Kwesi Johnson, poeta jamaiquino radicado en la Gran Bretaña, y a Maryse Condé, novelista de Guadalupe (y la favorita en la lista). Si van a apostar, apuéstenle a alguno de ellos, sobre todo a las mujeres.

¿Yo? Ya me di por vencida con Salman Rushdie, que vaya que se lo merece por su calidad literaria; yo me resigné a que no se lo van a dar nunca por miedo a algún atentado terrorista del fanatismo islámico. Llevo años esperando que se lo den a Ngugi, y si se lo dan por política no me quejaré. Sin embargo, creo que la verdadera ganadora va a ser una mujer negra estadunidense. Diría que Maya Angelou si no se hubiera muerto en el 2014. Sin embargo veo el nombre de Jamaica Kinkaid. Escritora negra, nacida en Antigua pero que de hace mucho radica en Estados Unidos. Siento que, además de ser una gran escritora, queda bien con lo que la Academia Sueca pretende que el premio simbolice: se puede interpretar como estadunidense, pero es más cosmopolita. Además, es mujer (que ahora sí “ya toca”), caribeña (sí que toca), y no-blanca (híper toca). Me va a dar mucha tristeza que no se lo den a Ngugi (aunque hagamos changuitos para la próxima, pero seguro creen que con ésta ya cumplen su cuota de negritud por los próximos treinta años), pero mientras no se lo den a un europeo blanco (o peor, a un gringo blanco) yo estaré feliz.