¿Romeo y Julieta qué?

 

He visto la película de Keira Knightley por lo menos diez veces, además de la adaptación de Bollywood, la miniserie de la BBC y cualquier otra versión que encuentre en YouTube. Y ahora, en conmemoración del doscientos aniversario de la publicación de Pride and Prejudice publicación en enero de 1813, decidí escucharla en audiolibro. Y a pesar de saberme la trama de memoria, no pude evitar saltar de emoción cuando Elizabeth Bennet y Mr. Darcy se reencuentran en Pemberley (la casa de éste) o cuando Jane anuncia que está comprometida con Bingley; de la misma forma que no puedo dejar de gritar cuando Mathew Macfadyen le informa a Keira Knightly “you must know, surely you must know...it was all for you. You have bewitched me body and soul and I love– I love– I love you”.

He leído las otras cinco novelas de Jane Austen, y aunque ninguna es mala, sólo Pride and Prejudice puede saciar el hambre de Pride and Prejudice; cuando uno termina de leer tiene ganas de seguir leyendo, de acompañar a los personajes más tiempo, de que no se acabe. No es algo que sólo me pasa a mí: hay un montón de gente que está tan enamorada  de Darcy y Lizzie como yo, y un montón de gente que se rehúsa a dejar a los personajes en paz. Si vemos cuantas secuelas y reescrituras existen (la más famosa quizá sea Pride and Prejudice and Zombies), es indudable que lo que queremos es que los personajes vivan para siempre, que crezcan con nosotros. Ni siquiera la película del 2005, tan fiel al texto, se abstiene de esas cursilerías.

 

Jane Austen aparece, para mi gusto, muy poco en el mundo de la crítica. Si consideramos cuánto la lee el público general, es realmente poco lo que se la estudia. Quizá su popularidad la perjudica, pues ¿quién haría su carrera como académico de Stephen King? Rudyard Kipling, Arthur Connan Doyle, y P.G. Wodgehouse sufren el mismo destino que Jane Austen: se leen por gusto en las casas y no por obligación en las escuelas, y mucho menos como parte del currículum serio de una carrera en letras. Quizá creemos que lo popular es por ende malo, o que el papel de la crítica es rescatar y enfocarse en lo realmente valioso. Harry Potter, después de todo, no necesita que la academia le eche un salvavidas.

Y sin embargo, Jane Austen se lee. Se dice que hay fanáticos de Jane Austen que nunca la han leído, y como parte del fenómeno de la Austenitis está la escultura gigante de Mr. Darcy que evoca la actuación de Colin Firth en la miniserie de la BBC. Hay adaptaciones al cine y al teatro, además de adaptaciones y reescrituras literarias, sin mencionar el sinnúmero de ediciones distintas de sus novelas. La gente ama a Austen, y de todas sus novelas la más querida es Orgullo y prejuicio.

Sin duda, parte del éxito de la obra se debe al talento de Austen como narradora. Tiene una gran maestría para caracterizar y focalizar, además de generar empatía con el lector. Casi no describe, o más bien describe sin dar detalles: nosotros ya sabíamos cuál es la “estatura deseable” de una señorita, o cómo es el comportamiento de un gentilhombre. Austen describía poco porque nunca supuso que la leerían afuera de su sala, o quizá afuera de Inglaterra y sólo por unos años (como sin duda hubiera pasado si un sobrino, cincuenta y dos años después de su muerte, no hubiera publicado una biografía de Austen: para este momento sus obras ya habían caído en el olvido y de no ser por el interés generado por  James Edward Austen-Leigh la hubiéramos perdido para siempre). Pero esta falta de descripción, más que crear una distancia, nos incluye: el texto nos trata como si fuéramos conocidos, y por lo tanto nos sentimos como viejos amigos del texto. La autora también crea complicidad con los lectores de otros modos: el uso de la ironía, que nos hace sentir “in on the joke”, o lo normales que son sus heroínas. Elizabeth Bennet, la protagonista de Pride and Prejudice, no es particularmente bonita ni tiene dinero. Pero es lista, culta e incluso impertinente. Cualquier mujer que quisiera ser Lizzie lo puede lograr.

El libro se puede releer varias veces, y cada vez crea el mismo suspenso. Hay algo en la trama que la hace inolvidable. Dejemos a un lado a Romeo y Julieta, esos adolescentes torpes que sólo logran matarse ellos y a todos los jóvenes de Verona: Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy son el verdadero paradigma del amor.

 

Para que una trama romántica funcione tiene que haber un triángulo: él, ella, y el problema. “Vivieron felices para siempre” es la historia más aburrida del mundo: queremos que haya un “y” antes, es decir que la vida feliz se gane a pulso y sea la conclusión de una historia, y no un estado permanente. Lo difícil es encontrar un problema adecuado: uno que estorbe lo suficiente para ser creíble pero que también se pueda resolver. Y aunque las historias de amor imposible tienen lo suyo, no hay nada que nos haga más felices que una historia de amor donde los entrañables personajes estén juntos para siempre. Y son éstas las historias que Austen cuenta con maestría.

En primer lugar, no se contenta con una sola historia de amor. Usa una técnica en todas sus novelas, y es la de darnos varias tramas simultáneas. Jane Austen, como buena maga, conoce y usa los efectos de indicios y distractores; es decir quiere hacernos creer que la trama va hacia un lado para luego mostrarnos que en realidad va hacia otro. Pride and Prejudice empieza con Jane y Bingley enamorándose. Pero la focalización está en Lizzy, la segunda hija de los Bennet. Austen nos obliga a hacer trabajo detectivesco, pues sabemos que es la protagonista. ¿Cuál será su problema? Aparece la propuesta de matrimonio de Collins, los coqueteos de Wickham y los saludos cordiales del coronel Fitzwilliam. No es hasta que Darcy le pide matrimonio que sabemos que él está enamorado, pero ella no, y que se empieza a dibujar el triángulo amoroso central.

 Y de repente, hacia el último tercio del libro, Austen introduce sutilmente que Lizzie podría enamorarse de él después de todo, y el triángulo toma fuerza. Ya se han encontrado, se han reconciliado, han expiado las faltas. Y cuando Darcy entra nuevamente al cuarto donde Lizzie está a solas, quizá para pedirle matrimonio, la tercera puerta del triángulo aparece y se desarrolla vertiginosamente, y durante varios capítulos Austen se dedica a arreglar los problemas causados por la hermana menor, Lydia, que se escapó con un soldado (enemigo de Darcy) y que ha arruinado la reputación familiar. Quizá Lizzie ha perdido el cariño de Darcy al mismo tiempo que se da cuenta de cuánto lo ama. Y nosotros tenemos que esperar a que encuentren Lydia y la casen antes de enterarnos cómo termina todo.

Quizá lo más genial que hizo Shakespeare con el poema The Tragicall Historye of Romeus and Iuliet fue acortar los tiempos: no son meses de cortejo, sino días. El bardo le dio agilidad y tensión a la trama al condensarla. Y Austen hace lo contrario: logra quizá un mejor efecto (ya que Romeo y Julieta morirán. No hay que olvidar que cada escritor tiene planes distintos) al  distender lo más posible las cosas: personajes parlanchines, información por cartas, viajes a caballo, y el decoro de la época hacen que la información sea convenientemente dosificada, que se tarde en aparecer. Austen nos da un disparador, nos distrae, y nos tiene en ascuas. ¿Es increíble entonces que la gente se enamore y salte de emoción? Austen mantiene nuestra atención usando múltiples tramas. Todas se resuelven, pero a distintos ritmos, y eso hace que no dejemos de pasar las hojas. Sus personajes son, gracias a su gran caracterización e ironía, entrañables y ejemplares. No podemos dejar de querer enterarnos de lo que pasa, y ella nos obliga a que esperemos pacientemente (porque en realidad, como buenos chismes, también queremos enterarnos de lo otro).

 

En 2010 se publicó una antología que recoge 33 ensayos de escritores sobre Jane Austen, y no se vendió como un libro académico sino como uno para los “Austenites” que leen a la inglesa por gusto y nada más. Este libro se suma a otros del estilo “La vida en la época de Jane Austen” o “Consejos de Austen para la vida cotidiana”: libros que reestructuran los propios textos de la autora o bien sirven como compañeros de relectura. Este tipo de libros, que no pertenecen estrictamente al ámbito de la crítica literaria, están enfocados a fanáticos para los cuales los textos no se agotan nunca y permiten leerse y releerse, explicarse y reexplicarse. En el caso de A Truth Universally Acknowledged se tomaron ensayos de escritores de lengua inglesa que reflexionan sobre distintos aspectos de la vida y obra de Jane Austen. Muchos de los ensayos hablan del valor de Austen por lo bien que caracteriza, por lo bien retratadas que están las costumbres. Lionel Trilling incluso dice que su valor radica en recordarnos aquellos tiempos donde todos éramos mejores personas. Es interesante lo que estos escritores señalan sobre su colega, y casi todos hacen una revaloración a partir

Cuando leía el libro me sorprendió que no se mencionaran las adaptaciones al cine y al teatro, o a otras obras literarias (como en el caso de Bridget Jones). Todos hablan de lo buena que es Austen para el trabajo fino de la caracterización, pero pocos se alejan de la lupa y hablan del trabajo global de la autora.

Martin Amis, novelista inglés, en su ensayo “Force of Love: Pride and Prejudice by Jane Austen” fue ampliamente criticado por decir que a Pride and Prejudice le hace falta un largo capítulo de Lizzie y Darcy consumando su amor. La polémica cita se usó para promocionar el libro cuando salió, y la gente inmediatamente decidió atacar al novelista inglés por su mal gusto. Pero lo que dice es cierto. No sólo porque nuestra sensibilidad moderna nos haga querer un poco de carnalidad, sino por la misma razón que tantas personas retoman la trama y escriben secuelas. En el fondo, el final de Pride and Prejudice es sumamente decepcionante: después de que estuvimos con los personajes durante tres volúmenes, después de que Lizzie y Darcy aprendieron la lección, queremos verlos juntos y felices. Hay que mencionar que, aunque la mayoría de las adaptaciones (la miniserie de la BBC, la película del 2005, Bride and Prejudice Bollywoodense) terminan con la boda, la novela se extiende un capítulo más para decirnos que tanto Jane como Lizzie son felices con sus maridos, que Lydia y Wickham nunca fueron felices, y que Marie y Kitty (las otras dos hermanas) están floreciendo. El final de Austen también nos hace saber que la ley del contrapaso opera en el mundo, y que los personajes que nos caían mal sufren como tienen que sufrir.

El final de la novela está bien, pero no satisface. Nos tranquiliza saber que hay algún tipo de justicia operando, y que cada personaje ha recibido lo que merece. La última oración de la novela nos informa que los tíos de Lizzie la visitan con frecuencia, y que Darcy está feliz de recibirlos. La novela se titula Orgullo y prejuicio: por una serie de equivocaciones Lizzie es prejuiciosa y piensa que Darcy es una mala persona, y Darcy es orgulloso. Entre otras cosas, en su primera propuesta de matrimonio, le informa a Lizzie que su familia no es lo suficientemente buena para él, y parte de esto se debe a que, aunque el señor Bennet vive de sus rentas, uno de los tíos de Lizzie trabaja como comerciante. Darcy ha sido demasiado soberbio como para querer asociarse con gente que necesita trabajar para vivir, y al final de la novela nos enteramos que ha aprendido a querer a estas personas.

La grandeza de Pride and Prejudice como historia de amor reside, creo yo, en el problema del triángulo amoroso. Romeo y Julieta no pueden estar juntos porque sus familias se oponen, y Jack y Rose de Titanic no pueden estar juntos porque él es pobre y ella rica. Los personajes están destinados a la tragedia porque las condiciones que los separan son externas y no las pueden sobrellevar. En el caso de cuentos de hadas, las condiciones también son externas pero se superan (el héroe mata al dragón y se casa con la princesa, por ejemplo). La belleza de Lizzie y Darcy es que no pueden estar juntos por conflictos internos (el orgullo de él y los prejuicios de ella) y que logran superarlos. No es sólo él quien mata al dragón ni únicamente ella la que desafía su clase social: son ambos los que atraviesan un purgatorio que los redime. Después de rechazar la primera propuesta de matrimonio de Darcy porque él ha lastimado a su hermana y maltratado al señor Wickham, Lizzie se entera que él tuvo buenos motivos para hacerlo, y su castigo es (ya que estamos focalizados en ella y podemos ver cómo piensa) darse cuenta lo feliz que podría haber sido con él mientras el narrador nos convence que lo ha perdido para siempre; su castigo es el arrepentimiento. Darcy, por otro lado, tiene que aceptar ser pariente político de su enemigo acérrimo, Wickham, sobornarlo para que esto suceda (y así salvar la reputación de la familia Bennet para poder casarse con una de las hijas); convencer a Bingley de casarse con Jane (cuando fue él mismo quien lo convenciera de no hacerlo); y sobre todo aceptar a la familia de su enamorada con todos sus defectos. Su castigo es convertirse en una persona humilde, y la última satisfacción que nos da Austen es asegurarnos que ahora es capaz de recibir a los tíos comerciantes en su gran mansión.

Austen no se dedica a pintarnos la felicidad de sus personajes sino que la apunta para que nosotros podamos adivinarla a nuestra manera. Pero el texto es tan emocionante que es imposible cerrar el libro así; es imposible quedar satisfechos con la promesa de que serán felices para siempre. Darcy es rico, guapo y alto, pero sobre todo se ha purificado. Lizzie se ha ganado el amor de ese hombre a pulso, no por su belleza sino por su personalidad y por su capacidad de perdonar.

Bien dice el señor Bennet que a las mujeres les gusta sufrir en el amor porque si no no tendría chiste. Y así es con Pride and Prejudice: hay sufrimiento, y hay emoción. La emoción de vernos sumergidos en un triángulo amoroso sin darnos cuenta, y el sufrimiento de ver una serie de tramas tan enredadas que es imposible estar tranquilos. Parece que nada se resolverá y que todas las parejas serán desdichadas, y justo en el momento donde la situación se ve más negra Austen hace un revés y nos muestra que el nudo central residía en la manera de ser de los personajes principales. Una vez que ellos han cambiado el nudo se deshace y es cuestión de jalar un par de hilos para que todo adquiera una fluidez impresionante. Pride and Prejudice es la mejor historia de amor porque nos deja creer que somos Lizzie o Darcy, y nos da esperanzas de saber que todo tiene solución porque el problema somos nosotros. Nos promete que vivieron felices para siempre, pero no nos da los veinte hijos y veinte hijas, ni las perdices que comieron: nos deja con una curiosidad insaciable y ganas de asomarnos a la ventana de la mansión de Pemberley para ver a la pareja de recién casados apagar las luces de su cuarto. Jane Austen no sólo es genial en la construcción de sus triángulos, sino que sabe que parte del chiste es dejarlo solamente trazado para que nosotros tengamos que recalcarlo una y otra vez, porque al final eso es lo que queremos.